Érase una vez que se era un grupo maravilloso de educadores que vivían (trabajaban) al lado de un río. Un río del que era muy muy celoso un duende, el duende Jaramillo.
Estos educadores, y el duende, se aseguraban de que todos y cada uno de los niños que conocían se lo pasasen fenomenal, como una niña les decía a sus padres cuando volvía a verles “yo allí soy como soy en casa, no me da vergüenza bailar, reír, ayudar o llorar”.
Para ellos cada niño, y en especial los que podían tener alguna dificultad de aprendizaje o de adaptación, eran unas joyas labradas con esmero por sus papás y en ellos recaía la responsabilidad de seguir cuidándolas y sacándolas al sol para que brillasen aún más.
Es más, había también niños provenientes de entornos familiares difíciles o con problemas de conducta. Todos llegaban al entorno de este río y, después de unos días duros, el equipo de educadores lograba motivarlos y reconducirlos sacándoles esa pelusilla que no les dejaba brillar bajo el sol. Situaciones realmente asombrosas se producían, cambios personales tenían lugar.
Había unas hadas madrinas – las llamaban coordinadoras, que niño con dificultades que tocaban, al cabo de varios días de esfuerzo y seguimiento, eso sí, niño que brillaba. Estas hadas se comunicaban con las mamás y papás y hacían que estos estuvieran muy tranquilos “sabiendo que están en buenas manos, pasándoselo muy bien y bien atendidos”.
Los niños lloraban cuando abandonaban el río y su magia. No sabían que “la buena energía que se respira” se la llevaban a casa y que podrían volver a recargarla al año siguiente. Bueno, algunos sí que lo sabían, pues ya la habían recargado en unos cuantos años consecutivos, con lo que se lo contaban a los demás, y la pena era un poco menor.
Pero es el duende el que, al final, cuando los educadores dejan de vivir (trabajar) al lado del río, porque en septiembre se descansa, sigue cuidando de éste y se asegura de que no falte de nada cuando los educadores y niños decidan regresar.
Gracias, Jaramillo, por haber encontrado y apoyado a este equipo increíble de hadas y educadores, de magos y coordinadoras. Y GRACIAS a ellos, con mayúsculas.
Notas del cuentista (cuenta cuentos).- Estos testimonios presentes en esta carta, más los otros muchos que recogemos y publicamos en distintas páginas de www.campamentotadeo.es, podrían resumir el sentimiento de gratitud y admiración que no sólo los padres y niños, si no el propio cuentista, siente hacia esos magos y hadas, los educadores y coordinadores de un lugar llamado CEI El Jarama. Verles trabajar consiguiendo que sus joyas brillen bajo el sol es emocionante – de llenársete los ojos de lágrimas.
Este cuento está basado en un verano real, este pasado del 2016, aunque es una historia que se repite año tras año. Y esperemos que por muchos más.
Víctor Rodríguez
Director de CEI El Jarama